Ronaldinho partió al Madrid... y se ganó a Madrid.
Francisco SoukiNadie pudo hacer nada por detener a Ronaldinho.
En el minuto 2 del Madrid - Barça de ayer, Ronaldinho recibió un balón rastrero de espaldas a Míchel Salgado, lo punteó para hacerle un globo al lateral derecho, se dio la media vuelta y llegó apenas unos centímetros tarde a rescatarlo, sin poder evitar que el balón saliera por el lateral. Desde ese momento absolutamente todo el mundo, jugadores, espectadores, entrenadores y, en especial, Míchel comprendieron lo que se vendría por esa banda. Ronaldinho monopolizó la banda izquierda y construyó en ella una autopista en la que él podía circular con tranquilidad y velocidad sin que nadie lo molestara demasiado. Dejó en ridículo a cualquier Blanco que intentara detenerle, haciendo uso de su velocidad y su técnica y ya para finales de la primera parte había intentado marcar después de llevarse a quien quisiera para luego entrar al área y rematar, pero siempre encontraba un pie atravesado en el camino, o un compañero mejor posicionado. Los dos goles que vinieron luego no son más que la conclusión lógica de su juego de ayer. No fueron acciones aisladas, destellos súbitos de grandeza ni contraataques fortuitos... fueron dos jugadas más en un día en el que todas las jugadas que hizo le salieron bien. Y eso lo sabe el Santiago Bernabéu, que brindó sus aplausos a un futbolista que jugó el mejor juego que muchos de los presentes (jugadores y espectadores) van a ver en sus vidas.
Por supuesto que contribuye al caso de los aplausos que Ronaldinho haya sido de los jugadores que más tranquilos se mantuvo en las semanas previas al juego. No dio casi declaraciones y fue prudente en todas la que dio, como casi todos los jugadores y técnicos de ambos equipos, con sus claras excepciones. En general casi todos los jugadores estaban de acuerdo en que era un partido para cualquiera y todos estaban de acuerdo en que ambos equipos atravesaban momentos futbolísticos distintos, aunque los jugadores del Madrid nunca mencionaban la posibilidad de que el momento del Barça fuera estrictamente mejor al del Madrid. Como resultado, los espectadores no tenían razones (más allá de las obvias) para dañar el espectáculo y se presentaron a hacer lo mejor que se puede hacer en un partido de ese calibre: ver fútbol. ¡Y cuánto fútbol vieron!. Y luego, como espectadores respetuosos y agradecidos de una de las mejores funciones, actoralmente hablando, que verán jamás, procedieron a aplaudir: Ronaldinho se ganó su respeto fuera y dentro del campo.
De cualquier manera, el juego no fue un Madrid – Ronaldinho, sino un Madrid – Barça. Ese Barça que parece una maquinita, ese Barça que encanta hasta al que menos sabe de fútbol, ese Barça alegre que te contagia de su alegría y que deja su corazón en el campo, ganándose el tuyo en el proceso. Ese Barça que, en el peor de los casos, infunde respeto y en el mejor de los casos te enamora perdidamente. Un Barça que en lo que va de temporada ya ha demostrado que puede ganar sin cualquiera de sus jugadores y que, a la vez, ha demostrado que tiene más de once jugadores en buen momento y dispuestos a acoplarse a la máquina. Un Barça sólido, sin agujeros, sin deformidades, sin dependencias. Un Barça en el que todos se complementan tan bien que no se sabe dónde termina el trabajo de uno y empieza el del otro, pero a la vez se sabe cuál es la función de todos y cada uno de ellos. Un Barça justo, exacto, milimétricamente ajustado y perfectamente engrasado.
Del otro lado del campo, un Madrid perdido. Un Madrid que terminó de demostrar con hechos lo que todos decían con palabras. Un equipo desordenado, que da la sensación de que cada jugador daría más jugando en otra posición. Un equipo en el que los integrantes no parecen estar seguros de qué es lo que tienen que hacer, aunque se nota que tienen órdenes precisas que deben cumplir, pero órdenes poco acertadas. Un equipo que trata de partir del concepto de que cada jugador es un astro y trata de apoyarse en todos para ganar, pero que termina cayendo por su propio peso cuando los astros no deslumbran y se desploma, trayéndose a todos consigo. Un Madrid disperso, sin pies ni cabeza... ni brazos, ni piernas, ni absolutamente nada más que un portero excelente que les compra un poco de tiempo. Porque eso es el Madrid, una bomba de tiempo con un timer que sólo Casillas tiene el código para retrasar, y solo de vez en cuando. Ayer, dio la impresión de que en cualquier momento termina de explotar.
Si es necesario puntualizar acciones individuales del partido, basta con decir que, en general, el Barça lo hizo todo bien y el Madrid lo hizo todo mal. Dentro del Barça, hay que destacar a un tridente ofensivo capaz de desquiciar a la defensa rival, un centro del campo ordenadísimo, rapidísimo y muy serio, y una pareja de centrales impecable. Lo malo dentro de lo bueno: las salidas en falso de Valdés, al mejor estilo de Casillas. Con respecto al Madrid, precisamente lo contrario: una defensa que da mucha, pero demasiada, vergüenza, un centro del campo perdidísimo, en el que se destaca Zidane con 7 faltas cometidas (el Barça en total tuvo 14 cometidas, por 23 del Madrid) y una delantera a la que le llegaron demasiados pocos balones, y no supieron hacer casi nada con ellos. Lo bueno dentro de lo malo: Casillas, que evitó el escándalo y la humillación.
El partido fue el equivalente a echar dos potes de pintura, uno azul y uno rojo, lentamente sobre la parte superior de un lienzo blanco puesto en vertical, para luego ver como lo blaugrana iba consumiendo lentamente lo blanco durante noventa minutos hasta que al final se tenía un lienzo sin rastros de blanco... y una obra de arte.
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